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miércoles, 19 de septiembre de 2012

Mi trauma con las piñatas


Cuando trato de recordar cuál fue mi primer experiencia traumática, sin duda alguna todo me lleva a una piñata blanca con forma de galleta de animalito. Que bien podría haber sido un oso mal hecho, o un ratón con orejas rosas (nació en el chilangamente reconocido mercado de Sonora).

El motivo de la adquisición de dicha piñata, fue la conmemoración de mi primer aniversario de existencia. Pero como muchas cosas en mi vida, todo se tergiversó y terminó en drama.

Aún puedo recordar el trauma que me provocó ver que golpearan a muerte a mi primer mascota; peluche de papel de china, y compañero de sueños. Pero pensándolo otra vez, no sé si el trauma viene de los golpes o de la impotencia de que todos los asistentes se divirtiera al hacerlo.

A mis ya avanzadas primaveras, eso de las piñatas con forma humana o animal me sigue pareciendo una estupidez, y cada que veo a un niño llorar ante su amigo muerto bajo un palo, algo dentro de mi quiere tomar el palo y golpear a los padres y cómplices para satisfacción del niño.

Padres, hagan caso a los "festejados" y no quieran quedar bien con los invitados...

Compren piñatas para madrear a los pecados capitales... No importa si entre el dale y dale estén pensando:

*Que pereza, hay que llevar al niño a la escuela mañana;
*(Mirando al compañero de vida) Dios quiera y nos regrese la lujuria;
*Ojalá se muera la che tía avara y nos deje algo;
*Se me antojó la vecina golosa (finge que no le ves el escote);
*No perdonaré a las criticonas de la vecinas, de seguro tienen envidia de mi fiesta (bueno del chamaco);
*Nomás  que se acabe el huateque y le pegaré unas iracundas nalgadas al mocoso berrinchudo ese...