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domingo, 12 de enero de 2014

Toronto y sus crisis

Como buena chilanga acostumbrada a ver de todo, he tenido la oportunidad de reírme de las tragedias a las que mis queridos torontianos se han enfrentado desde abril del año pasado.

La primera de sus calamidades fue ocasionada por una estruendosa lluvia que inundó las calles principales que están a nivel del lago. Como son King St. y Queen St.,  así como otras avenidas que se encuentran subiendo la loma, pero que muchas veces hacen pequeños lagos en la bajada del cerro.

Durante mi vida en la inigualable Ciudad de México, me tocó ver carros flotando cuesta abajo en Río Mixcoac; encharcamientos tipo lago en casi todo el periférico; metrobuses con el agua llegando casi a las ventanas a la salida de Cuernavaca; echarle porras a los perros nadando de a perrito en la Magdalena Contreras; y escuchar a mi hermana gritándome que su auto ya parece chinampa y que no sabe para dónde manejar para evitar todo el caos. Tomando en cuenta que dichas situaciones son cosa de cada temporada de lluvias en el DF, sin duda, algunas muchas otras anécdotas se me habrán pasado.

Como en Toronto aún no están acostumbrados a las travesuras de Tláloc, los noticieros no dejaron de transmitir las imágenes de unos cuantos BMWs, Corvettes y demás autos chaparros, a los que el agua les llegó hasta las ventanas. Mientras que en el metro, muchas personas desesperadas por los cortes de electricidad y aglomeración sin igual (para sus estándares), ofrecían a automovilistas la nada despreciable suma de 100 dls por un aventón a sus hogares.

El colmo para mi marido fue cuando se fue la luz en la casa. Su grito de "fuucckkkkk" retumbó en toda la calle, y fue seguido de una serie de lamentos por el corte de un sin número de descargas en internet que perdería. Al asomarme por la ventana, vi que algo paranormal estaba ocurriendo, los vecinos comenzaron a sacar sillas, chelas y su humanidad, para ver la vida pasar desde el pórtico de sus hogares. Solamente así conocí a los otros habitantes de la calle.

Estuvimos cerca de 4 horas sin electricidad, tiempo suficiente para que Mateo y los noticiarios llegaran a importantes conclusiones:

No tirar basura porque tapa las cañerías;
Tener velas y lámparas con pilas a la mano;
Hay que comprar juegos de mesa por si las moscas;
Que que chido que mi marido haya puesto una estufa con gas y no eléctrica;
Que ojalá no se vaya la electricidad en invierno;
Que por más seguridad, inventos y avances tecnológicos que se tengan, si se va la electricidad, ya nos chingamos todos.

Otra de las tragedias ocurridas tiene que ver con una helada que provocó que árboles, cables de electricidad, banquetas, postes de luz,  adornos, hogares, y demás objetos que se encontraban a la intemperie, fueran cubiertos por una capa de hielo de hasta 5 cm. Por supuesto, los servicios de electricidad comenzaron a fallar, y con ello, hicieron oídos sordos a nuestras súplicas de que no se fuera la luz en invierno.

Salir incluso a la esquina era toda una odisea, ya que más que caminar, tenías que fingir patinar sobre el hielo de banquetas y calles. Muchas personas sufrieron caídas y heridas debido a que incluso para sacar la basura, tenías que gatear, patinar, hacer pasos de rap, o de plano ir de a sentón remando con las manos. Un sin número de calles tuvieron que ser cerradas debido a árboles que no soportaron los ventarrones y se partieron en dos, o como en la calle aledaña a nuestro hogar, cuya cuesta ocasionó que los autos sin 4x4 se patinaran y chocaran.

Más de 100 000 personas permanecieron sin luz durante semanas, e incluso en Navidad, muchas personas tuvieron que trabajar todo el día para tratar de restituir la energía y limpiar las calles.

El día en que fuimos a comprar los regalos navideños, nos impresionó ver que más que tiendas abarrotadas de gente comprando, todos se concentraban en hacer fila para cargar sus celulares y hacer uso del wi fi.

Cuando íbamos de salida para la cena navideña, una señora tocó a la puerta y nos pidió usar el teléfono porque el suyo ya no tenía pila, su camioneta estaba atorada en la calle con la subidota y no sabía qué hacer...

Cuando los servicios de electricidad se restituyeron por completo y parecía que todo volvería a la normalidad. Los noticieros comenzaron a anunciar un vórtice polar.

Aunque estoy equipada con la chamarra térmica rellena de plumas de ganso, medias, calcetines, sweateres, pantalones de lana, guantes, bufanda, gorro y chal. El frío durante el vórtice me heló hasta las ideas de algún día tratar de ir al polo norte. Sigo sin poder entender cómo una temperatura de -19·C, se puede llegar a sentir como -30 gracias al viento y a su sensación térmica. Si no hubiera tenido que acompañar a Mateo al oftalmólogo, ni loca habría salido.

Aunque me cubrí con todo el equipo ya mencionado, y solo se me veían los ojos, puedo decir que la piel de mi cara después de enrojecerse, comenzó a descarapelarse. Y que no hay cantidad, ni calidad de cremas que te puedan hacer el paro para que tu piel no se reseque, ante los extremos de ese tipo de clima.

En las tiendas se veían filas más largas que en Navidad para comprar numerosas cantidades de alimentos y agua. Tal vez uno de los insumos más necesarios y demandados durante el invierno sea la sal marina, que es esparcida en calles, banquetas y carreteras para que ayude a derretir la nieve y hielo. No pudimos conseguir sal durante días, motivo por el cuál, Mateo está decidido a comprar decenas de costales cuando los encontremos.

La nieve ya se está derritiendo porque por fin estamos cerca de los 0 ·C. Toca brincar los enormes y negros charcos que se forman gracias al deshielo y paso de los coches.



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